domingo, 8 de noviembre de 2009

Educación, memoria y crítica

Ahora, en este siglo, hemos consolidado el valor de la innovación en lo concerniente a sus asuntos pedagógicos. La actitud crítica no ha sido siempre bien comprendida en muchos círculos y, en muchos de ellos, se ha convertido, por eso, en absurda arma de combate para no advertir que era el imprescindible instrumento inteligente para buscar y analizar el camino que conduce a la verdad.
Preguntémonos, para empezar, qué buscamos como fruto de la educación. Y digámoslo enseguida: que el alumno, terminados su estudios secundarios, sea otro, distinto de lo que era al iniciarlos. En rigor, buscamos que se haya descubierto a sí mismo y se haya aceptado como tal, con clara conciencia de su individualidad, de su saber y de sus ignorancias. Y acá se impone una pregunta, porque conviene evitar equívocos y tener las cosas claras desde el inicio. En el centro del sistema educativo está (y debe estar siempre) la relación entre el alumno y los saberes. No el alumno como centro, ni los saberes como centro. Mejor lo digo con palabras de Luc Ferry, ex ministro de Educación en Francia: “De un lado, el deber de transmisión, que corresponde a los maestros; del otro lado, el imperativo del trabajo, que es el de los estudiantes”.
Aparte de considerar esta relación con el poder, es importante tener en cuenta, al meditar sobre educación, la discusión que en relación con la globalización y la cultura está vigente. En algunos medios, al analizar el tema, se culpa a la TV y al sistema de Internet y se los acusa de interferir en los programas educativos. Error grande se comete al plantear así las cosas. Hay que tener conceptos bien precisos. La TV no ofrece conocimiento ni educación, sino información para el minuto, distingo muy importante; y por eso no puede considerarse competidora del trabajo escolar. A la escuela y a los padres de familia les corresponde ayudar a los muchachos respecto de este asunto. Oído y vista son los convocados por la TV. Esa información, así ofrecida, tiene sólo valor temporal, librado a la memoria en la sola medida que interese al auditorio. No convoca a la inteligencia. No invita al análisis ni a la crítica, y está así más cerca del olvido que del firme recuerdo. En ese sentido, no puede competir, ni por método ni por objetivo, con la escuela. La creatividad del alumno no se siente alertada por la información televisiva. Todo trabajo hermenéutico queda, por tanto, desterrado.
Una sociedad de la información y del conocimiento, es obligada mezcla de dinero y de consumo, no ofrece terreno fácil para propósitos pedagógicos sumidos en la tradición, respaldados por la historia de lo trascendente y necesitada de prever y certificar la existencia del futuro, que ha de construir el terreno real y preciso de los alumnos sometidos a tutela. Conscientes como somos de la necesidad de reformar radicalmente las cosas, conviene precisar nuestro concepto de educación. Siempre mencionamos, con este motivo, al porvenir. Hablamos del porvenir cultural, del porvenir económico y del porvenir social del país, porque en esas tres dimensiones se mueve y se expresa la educación de los jóvenes. Ellos serán los beneficiados por ese porvenir. Dicho porvenir implica un reto para el saber y para la inteligencia. La responsabilidad de la escuela está en preparar al alumno para enfrentar esa realidad.
Necesitamos preguntarnos ahora qué podemos esperar de la escuela en lo que a currículo concierne. El Estado tiene que planteárselo al encarar la reforma. El concepto de currículo debe sufrir, por lo pronto, una reforma radical. Pegado al tema del currículo, tenemos el del texto. En un mundo librado al trabajo informativo de la radio, el periódico, las revistas y la TV, el texto escolar debe orientar sus objetivos hacia la inteligencia creadora y hacia la inteligencia crítica. Debe contribuir a estimular en el estudiante la confianza plena en sus propias dotes intelectivas. Antes que leer y resumir lo leído, el alumno debe aprender a conseguir el ritmo de leer-comprender, comprender-analizar, analizar-criticar. Los textos no tienen por qué estimular la memoria. Es necesario, en cambio, que estimulen la esfera creativa y crítica. Esa es la diferencia radical con nuestros viejos textos escolares
Por Luis Jaime Cisneros


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