domingo, 15 de noviembre de 2009

Gabo la doble vida


El estudioso inglés Gerald Martin tuvo que entrevistar seis veces al escritor colombiano para preguntarle qué era cierto y qué era mentira de las distintas versiones que ha dado sobre episodios de su vida. El resultado, una verdadera biografía macondiana.

Por Ángel Páez

Gabriel García Márquez ha dicho siempre que escribe para que sus amigos lo quieran, pero también es cierto que ha contado la historia de su vida acomodando, suprimiendo u omitiendo datos para que lo quieran mucho más. Ese fue el trabajo más difícil para Gerald Martin durante los diecisiete años que tardó en componer la biografía del colombiano: separar la verdad de la ficción de un hombre que se deleita viviendo su vida como una novela.

Cuando Martin terminó el trabajo se lo entregó a García Márquez para que le diera su opinión, pero no le comentó si era bueno, malo o ninguno de los anteriores, sino que le hizo correcciones y le señaló que no estaba de acuerdo con algunas de sus apreciaciones personales. Probablemente, para el inglés Gerald Martin resultó mucho mejor que su biografiado, un escritor atacado por la vanidad de que el único que puede escribir algo brillante sobre él es él mismo, no le haya felicitado por Gabriel García Márquez: Una Vida (Debate, 2009). Los críticos de Martin no pueden sostener que el libro es una obra oficial oleada y sacramentada por el colombiano más famoso del planeta.

La biografía de Gabo escrita por Martin es la historia de un hombre con doble vida que cuando es puesto en evidencia, dependiendo de su estado de ánimo, elige el silencio o se enfurece, en un asunto amoroso o político. De acuerdo con la versión oficial que García Márquez había difundido sobre su vida romántica, antes de viajar a París como corresponsal del periódico “El Independiente” de Bogotá prometió a su novia Mercedes Barcha Prado que se casaría con ella. Martin descubrió que la española María Concepción Quintana, Tachia, con la que Gabo vivió una tormentosa relación en París en 1956, estuvo a punto de echar a perder la promesa del escritor en ciernes. Martin logró entrevistar a Tachia, y para su sorpresa, le contó asombrosos detalles del amorío. Al poco tiempo el inglés sostuvo una entrevista con Gabo. “Me armé de valor y le pregunté (a García Márquez). ‘¿Y de Tachia, qué?’. En ese momento eran muy pocos los que sabían de ella, y menos aún quienes conocían la historia entre ambos, aun a grandes rasgos; supongo que había esperado que se me pasara por alto. Respiró hondo, igual que alguien ve abrirse lentamente un ataúd, y dijo: ‘Bueno, eso pasó’”, cuenta Martin.

Hay amores que nunca

Tachia narró al biógrafo el día a día de la alucinante relación de la pareja, como que García Máquez, después de haberse quedado sin trabajo debido al cierre del diario que lo había enviado a Europa, no hacía el menor esfuerzo para encontrar otro empleo. También contó que quedó embarazada de Gabo mientras una ilusionada Mercedes lo esperaba en Colombia. Lamentablemente, perdió el bebé a los cuatro meses, luego rompió con el colombiano y se largó de París prácticamente huyendo de él. “Me volvía loca”, le confesó a Martin, quien luego se confrontó con García Márquez. “Le pregunté: ‘¿Podemos hablar del tema?’. ‘No’, me contestó’”, relata. El colombiano cayó en la cuenta de que el biógrafo había hablado con Tachia y que seguramente le había confiado aquello que esperaba nunca saliera a la luz, así que, acorralado, le dijo al inglés: “Yo seré lo que tú digas que soy”. Eso fue como una luz verde. Como una píldora de alivio. “Siempre ha querido ejercer el control sobre la versión de su vida que se contaba –o difundir varias versiones, de modo que ninguna pudiera contarse–, como para cubrir de una vez por todas los sentimientos de pérdida, traición, abandono e inferioridad que heredó de su niñez”, dice el biógrafo.

Empero, a pesar de sus esfuerzos, Gerald Martin no consiguió develar el misterio del puñetazo que Mario Vargas Llosa le infligió a García Márquez el 12 de febrero de 1976, en Ciudad de México, cinco años después de que el peruano publicara uno de los estudios más elogiosos y emocionados sobre el colombiano, Historia de un deicidio (1971). Gabo, además, es el padrino de bautizo de Gonzalo Vargas Llosa, nacido el 11 de setiembre de 1967. Aunque el escritor inglés tampoco pudo establecer si la disputa tuvo como origen un presunto intento de García Márquez de seducir a Patricia Llosa (“Solo ella conoce cabalmente la historia”, dice), deja en claro que el rompimiento entre los dos grandes amigos de todos modos era inevitable debido a diferencias irreconciliables respecto al comunismo en general y a Fidel Castro en particular. Vargas Llosa detestaba las dictaduras y no se imaginaba en el papel de adulador de satrapías después de haber escrito Conversación en La Catedral (1969), así que no dudó en tildar de “lacayo” a García Márquez por haberse convertido en íntimo amigo de Castro, luego de haber publicado El otoño del patriarca (1975), que es una bella diatriba contra el despotismo latinoamericano.

Gerald Martin relata que la disputa se origina cuando Jean Paul Sartre, Simone de Beauvoir, Julio Cortázar, Mario Vargas Llosa y Gabriel García Márquez suscribieron una carta de protesta dirigida a Fidel Castro por haber enviado a prisión al poeta Heberto Padilla, acusado de presunta colaboración con la CIA, en 1971. El problema era que Gabo no había autorizado incluir su rúbrica y exigió retirarla, lo que Vargas Llosa consideró una traición. Lo que había pasado es que Plinio Apuleyo Mendoza, amigo entrañable de García Márquez, creyó que su paisano estaría de acuerdo en protestar por el encarcelamiento de Padilla, como lo estaban el resto de sus compañeros. Mendoza se equivocó y ocasionó que Cuba incluyera en su lista negra al autor de Cien años de soledad. Era un asunto que el propio Gabo solucionaría personalmente buscando a Fidel Castro. Con Vargas Llosa, hasta ahora no se ha vuelto a encontrar.

Espérame en el cielo

“Así que se propuso hacerle una oferta al dirigente cubano que no pudiera rechazar”, escribe Gerald Martin: “Le propuso (…) hacer una crónica épica de la expedición cubana a África (Angola), la primera vez que un país del tercer mundo se había interpuesto en un conflicto en el que estaban involucrados las dos superpotencias del primer mundo y el segundo”. Después de esperar durante un mes a Fidel Castro en el Hotel Nacional, el líder caribeño se apareció y se lo llevó a una reunión con los altos mandos que le contaron los secretos sobre la guerra en Angola. Una vez que terminó la redacción, y para que todo saliera a pedir de boca, el novelista envió el artículo en consulta al mismo Castro, algo que un periodista independiente no habría hecho. “Quería que fuera el primero en leerlo”, le dijo Gabo a Martin: “Acabé de ganarme la lotería porque, en vez de quitar cosas, lo que hizo fue aclararme cuestiones importantes y agregar detalles que no estaban”. El biógrafo apunta: “El artículo se publicó en todo el mundo y los hermanos Castro quedaron sumamente complacidos”. García Márquez se había incorporado al redil privado de Castro. “Durante un tiempo García Márquez, embriagado como es de imaginar por su amistad personal con la figura más destacada de la historia latinoamericana reciente, diría a los periodistas que no quería hablar de Fidel porque temía parecer un adulador, aunque luego lo pusiera por las nubes de todos modos”. Esta es otra de las razones de por qué García Márquez, después de leer la biografía de Martin e indicarle que debían sentarse a conversar sobre algunos aspectos de la misma que no le gustaban, no volvería a hablar con él.

Las protestas mundiales por el encarcelamiento de los opositores al régimen castrista no le importaron a García Márquez, porque siguió cultivando la férrea y adictiva amistad con el longevo dictador, como tampoco le dio remordimiento haber trabado amistad con los ex presidentes mexicanos Gustavo Díaz Ordaz y Luis Echevarría, implicados en la matanza de Tlatelolco, el 2 de octubre de 1968. Además, no le molestaron las críticas por su compadrazgo con los ex jefes de estado Carlos Salinas de Gortari y Carlos Andrés Pérez, enredados en investigaciones por corrupción, y se habituó a que los primeros en que leyeran sus obras fueran sus amigos los poderosos. Antes que nadie, los ex presidentes colombianos Alfonso López Michelsen y Belisario Betancourt, y, por su puesto, Fidel Castro, tuvieron el privilegio de tener en sus manos el original de El general en su laberinto (1989). No es precisamente la imagen que Gabo esperaba ver en una biografía suya.

Uno de los episodios que grafica la doble vida de García Márquez es el que protagonizó en la asamblea de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), en 1996, en la que se reunieron los dueños de 200 periódicos y donde habló sobre la importancia del ejercicio libre de la prensa. No llamaría la atención si no fuera porque Gabo apoyó al régimen cubano que suprimió la libertad de prensa. “Probablemente sólo él habría intentado llevar a cabo la hazaña de salir airoso de esta doble vida, que le permitía discutir los problemas de la prensa burguesa en países formalmente democráticos al tiempo que ofrecer su apoyo al único país del hemisferio, Cuba, donde nunca había existido una prensa libre ni la habría mientras Castro permaneciera en el poder”, escribe el biógrafo inglés.

Gerald Martin reconoce que admira a Gabriel García Márquez pero aclara que ese sentimiento no le impidió describir situaciones controversiales que protagonizó el colombiano, y que las incorporó en la biografía a sabiendas de que podrían mortificarlo. Por eso a Martin no le sorprende que tiros y troyanos se hayan dividido a favor y en contra del libro, lo que al final de cuentas es una buena señal. Lo cierto es que la vida del creador de Macondo, según la versión de Gerald Martin, o la del mismo García Márquez, causa el mismo asombro que invadió al coronel Aureliano Buendía cuando su padre lo llevó a conocer el hielo.

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